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sábado, 20 de marzo de 2010

BENAVÍDEZ, Washington. A los 80 años de su muerte

 Benavides también ha incursionado en otros géneros, principalmente en el narrativo, pero con muy poco éxito, producto de obras de escaso valor literario.
Es de lamentar, asimismo, que en estos momentos en que ya ha alcanzado una amplísima trayectoria, no haya podido escapar a un grave peligro, en el que también cayeron otros grandes poetas: sentir superada toda prueba de calidad y darse la libertad de publicar poemas muy por debajo del nivel demostrado en anteriores ocasiones y, por lo tanto, siempre esperado por el lector.
Pero, como a todo artista es mejor recordarlo por lo más alto que ha dado y no por sus debilidades, aquí damos una pequeña muestra de lo mejor de su poesía. (Diario El Pueblo. Salto)


El limón
El limón reina solitario
entronizado en la fuente de barro cocido
contundente como un frasco
de pintura amarilla.

En su esfera porosa
la habitación es una miniatura.
Su epidermis humana
desprende un olor tierno
único (socio del agua fría
y de la sombra y el bienestar
físico).
Huelo el limón, lo tomo
con la mano.
Una pelusa gris celeste
(polvo en los dedos)
descubre la fungosidad
del lado oculto de la luna,
desnuda el cáncer del limón
del podrido limón
rey de la muerte en su trono
de barro.
(Del libro Fontefrida, 1979).

viernes, 19 de marzo de 2010

BENEDETTI, Mario. VERSOS



1.-
Quién hubiera creído que se hallaba
sola en el aire, oculta,
tu mirada.
Quién hubiera creído esa terrible
ocasión de nacer puesta al alcance
de mi suerte y mis ojos,
y que tú y yo iríamos, despojados
de todo bien, de todo mal, de todo,
a aherrojarnos en el mismo silencio,
a inclinarnos sobre la misma fuente
para vernos y vernos
mutuamente espiados en el fondo,
temblando desde el agua,
descubriendo, pretendiendo alcanzar
quién eras tú detrás de esa cortina,
quién era yo detrás de mí.
Y todavía no hemos visto nada.
Espero que alguien venga, inexorable,
siempre temo y espero,
y acabe por nombrarnos en un signo,
por situarnos en alguna estación
por dejarnos allí, como dos gritos
de asombro.
Pero nunca será. Tú no eres ésa,
yo no soy ése, ésos, los que fuimos
antes de ser nosotros.
Eras sí pero ahora
suenas un poco a mí.
Era sí pero ahora
vengo un poco a ti.
No demasiado, solamente un toque,
acaso un leve rasgo familiar,
pero que fuerce a todos a abarcarnos
a ti y a mí cuando nos piensen solos.

2

Hemos llegado al crepúsculo neutro
donde el día y la noche se funden y se igualan.
Nadie podrá olvidar este descanso.
Pasa sobre mis párpados el cielo fácil
a dejarme los ojos vacíos de ciudad.
No pienses ahora en el tiempo de agujas,
en el tiempo de pobres desesperaciones.
Ahora sólo existe el anhelo desnudo,
el sol que se desprende de sus nubes de llanto,
tu rostro que se interna noche adentro
hasta sólo ser voz y rumor de sonrisa.

3

Puedes querer el alba
cuando ames.
Puedes
venir a reclamarte como eras.
He conservado intacto tu paisaje.
Lo dejaré en tus manos
cuando éstas lleguen, como siempre,
anunciándote.
Puedes
venir a reclamarte como eras.
Aunque ya no seas tú.
Aunque mi voz te espere
sola en su azar
quemando
y tu dueño sea eso y mucho más.
Puedes amar el alba
cuando quieras.
Mi soledad ha aprendido a ostentarte.
Esta noche, otra noche
tú estarás
y volverá a gemir el tiempo giratorio
y los labios dirán
esta paz ahora esta paz ahora.
Ahora puedes venir a reclamarte,
penetrar en tus sábanas de alegre angustia,
reconocer tu tibio corazón sin excusas,
los cuadros persuadidos,
saberte aquí.
Habrá para vivir cualquier huida
y el momento de la espuma y el sol
que aquí permanecieron.
Habrá para aprender otra piedad
y el momento del sueño y el amor
que aquí permanecieron.
Esta noche, otra noche
tú estarás,
tibia estarás al alcance de mis ojos,
lejos ya de la ausencia que no nos pertenece.
He conservado intacto tu paisaje
pero no sé hasta dónde está intacto sin ti,
sin que tú le prometas horizontes de niebla,
sin que tú le reclames su ventana de arena.
Puedes querer el alba cuando ames.
Debes venir a reclamarte como eras.
Aunque ya no seas tú,
aunque contigo traigas
dolor y otros milagros.
Aunque seas otro rostro
de tu cielo hacia mí.

miércoles, 17 de marzo de 2010

POE, Edgar Allan. ANNABEL LEE



Hace de esto ya muchos, muchos años,
cuando en un reino junto al mar viví,
vivía allí una virgen que os evoco
por el nombre de Annabel Lee;
y era su único sueño verse siempre
por mí adorada y adorarme a mí.



Niños éramos ambos, en el reino
junto al mar y quisímonos allí
con amor que era amor de los amores,
yo con mi Annabel Lee;
con amor que los ángeles del cielo
envidiaban a ella cuanto a mí.



Y por eso, hace mucho, en aquel reino,
en el reino ante el mar, ¡triste de mí!,
desde una nube sopló un viento, helado
llegándose por siempre a Annabel Lee
Y parientes ilustres la llevaron
lejos, lejos de mí;
del reino ante el mar se la llevaon

donde una tumba a sepultarla allí.



¡Oh sí! -no tan felices los arcángeles-,
llegaron a envidiarnos, a ella, a mí.
Y no más que por eso -todos, todos
en el reino, ante el mar, sábenlo así-,
sopló viento nocturno, de una nube,
robándome por siempre a Annabel Lee.



Mas, vence nuestro amor; vence al de muchos,
más grandes que ella fue, que nunca fui;
y ni próceres ángeles del cielo
ni demonios que el mar prospere en sí,
separarán jamás mi alma del alma
de la radiante Annabel Lee.



Pues la luna ascendente, dulcemente,
tráeme sueños de Annabel Lee;
como estrellas tranquilas las pupilas
me sonríen de Annabel Lee;
y reposo, en la noche embellecida,
con mi siempre querida, con mi vida;
con mi esposa radiante Annabel Lee
en la tumba, ante el mar de Annabel Lee.