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lunes, 28 de abril de 2008

DÍAZ BARTLETT. ENTONCES.



Entonces, sí,
cuando era mío el pan de tu palabra
y maduraba
todas sus curvas de botón la rosa
en ese clima nuestro.

Entonces, sí,
cuando escuchábamos juntos
hasta los ecos de ese crecimiento
y de nuestros dos veleros
eran el mas airoso blanco entre los vientos.

Entonces, sí,
cuando las dos palabras tu y yo,
eran no más nosotros
y nos ceñía el alma
como un gran cinturón
con los ocho eslabones más redondos.

Entonces, si,
cuando te sacudía, amada,
desde mi corazón de océano gemebundo,
como jarcia frutal
sobre mi azul verano;
como un marinero árbol,
sonámbulo,
con los duros costados
embarrados de azules por mis manos.
¡Hay mis azules manos, mis azules exhaustos!
¡Todos mis horizontes tienen secos los labios!

Y hoy que no puede ser, hoy que no vivo,
por este corazón te contuviera
en el cuenco impaciente de mis manos;
de mis manos,
húmedas aun
de tu pelo castaño,
quemando la ansiedad de que tu pelo,
se haya humedecido de mis manos.