De la dichosa edad en los albores amó a Perrault mi ingenua fantasía, mago que en torno de mi sien tendía gasas de luz y flecos de colores. Del sol de adolescencia en los ardores fue Lamartine mi cariñoso guía. Jocelyn propició, bajo la umbría fronda vernal, mis ocios soñadores. Luego el bronce hugoniano arma y escuda al corazón, que austeridad entraña. Cuando avanza en mi heredad el frío, amé a Cervantes. Sensación más ruda busqué luego en Balzac... y hoy, ¡cosa extraña! vuelvo a Perrault, me reconcentro, y río... |