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lunes, 28 de enero de 2013

MISTRAL, Gabriela. RUEGO





Señor, tu sabes como, con encendido brio,
por los seres extraños mi palabra te invoca,
vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca,
Cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,
gorjeo de mi oido, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos
en que no puse nada.
No tengas ojo torvo si te pido por este!
Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho, que era
suave de índole, franco como la luz del día
henchido de milagro como la primavera.
Me replicas severo, que es de plegaria indigno
el que no unto de preces
sus dos labios febriles,
y se fue aquella tarde sin esperar su signo,
trizandose las sienes como vasos sutiles.
Pero yo, Señor, te arguyo que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su frente,
todo su corazón dulce y atormentado
y tenía la seda del capullo naciente!