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martes, 13 de febrero de 2007

ALTOLAGUIRRE, Manuel. A MI MADRE y NIÑO EN EL CAMPO











Aquí tengo tu ausencia
a pesar de la noche,
casi te tengo a ti
vacía de sombra,
hueca de oscuridad,
recorriendo traslúcida
mis tinieblas de olvido.
En esa fría comarca
escucho tu silencio
profundo como herida,
laberinto labrado
en un cielo de música.
Así te tengo clara
porque nada en el mundo
puede ocupar tu sitio
Hoy mi tiempo sin ti
cubre tu transparencia,
acaricia tu forma,
y el agudo vacío
de tu silencio. Lloro.
Mi corazón dió golpes en la oscura
puerta interior y se me fue la vida
hacia adentro, hacia ayer, hasta de nuevo
encontrarme apretado en la semilla
del Sembrador de sueños.

No vi su rostro, ni conozco el prado
en donde es flor el mundo en que vivimos,
entre otros astros, hojas desprendidas
de las frondas del tiempo: sueño, nada.
Dios llegará en que Dios, para su gloria,
me hará volver - que breve es el camino! -
y entonces sí será verdad mi canto.






Edad me quitan los árboles,
me roban la vida.
Otra vez soy como un niño
sin el pesar de los días.
Que luz sobre mis recuerdos,
que blanca luz ilumina
la verde llanura en donde
mi memoria está extendida!
Hiere mi candor profundo
una luz nueva. Me olvida
entre unas flores pequeñas,
sobre una arena muy fina,
niño del alba que tiene
alas de tierra y de brisa,
memoria suya por campo
y un cielo por fantasía.
Desnudo de edad, fugaces
los perfiles de mis días
se deshojan de mi infancia
dando cuenta de mi vida.
Un tiempo labrado en aire,
en agua, en fuego, en arcilla,
testimonio son de un alma,
que ante Dios se exterioriza.